miércoles, junio 18, 2003

de las cosas que leía en mi infancia se encuentra el periódico Alarma! -herencia diaria de mi abuelo-, las fábulas de Esopo y la revista Bride. Del primero leía detenidamente los pies de página, del segundo analizaba la ilustración y qué tan bien reflejaba el cuentillo y de la tercera, con mi inglés básico, descifraba los tips para tener una boda espectacular, con todo y jacuzzi en forma de copa de champagne y toda la cosa.

siempre imaginé que me iría de luna de miel a poconos, aunque después supe que tal lugar está en estados unidos y cambié de opinión. también pensaba que semanas antes, me dedicaría a seleccionar regalos, telas, muebles, es decir, una vida entregada al ocio y a la sana diversión de comprar y comprar.

luego tuve la idea de que el casamiento no era lo mío y me esperaban al menos unos cinco años más de soltería.

cuando abordé el avión hacia madrid sabía que la relación que dejaba se había acabado desde antes de decir que ya no más. tres días después me engañé pensando que esa cosa que sentía era añoranza por él y hasta pensé en vivir juntos. por fortuna una peda me regresó al viaje y huyendo siempre de otras sombras, el destino me enseñó que no hay mayor casualidad que la que uno se procura.

la vez que cité a parís como un lugar tentativo de encuentro-enamoramiento, estaba caminando ya el sendero que me llevaría a su cuerpo. y lo que algunos llaman dios (puede ser un número, las piedras o hasta su inexistencia) me quitó de la mente durante el viaje al hombre que soñé varios meses atrás.

este dios sólo me dejó recordar una cosa: que hay un punto donde la decisión que tomes -y por supuesto no estás conciente de ello- cambiará toda tu vida.

por fortuna en ese momento mi amiga -que sí estaba semiconsiente de ello- me dio una patada y me quedé en paris.

entonces, a casi seis meses de eso y a tres días de casarme, sé que los tips de la bride no funcionan, que esopo se sentiría orgulloso de mí por no querer las dos tortas a la vez y que existe el hombre que siempre soñé.