martes, agosto 25, 2009

cuando les quise contar sobre el adolescente que se retorcía en el asiento del metro, llorando y subiendo el cuello de su chamarra hasta arriba de la nariz, me dijeron que era un emo y esas historias no les interesaban. yo no creo que el pobre, delgadísimo y con anteojos, se inventara el sufrimiento. estaba sentado, trataba de contenerse, de no hacer erupción y yo, hipnotizada por ser testigo de tal poder de contensión, inventaba la fuente de aquél tormento. caramba, algo fuerte tenía. vi que su cuerpo parecía dividido por algo, porque la parte superior sufría y se convulsionaba levemente, mientras que sus piernas permanecían tranquilas y por momentos, su tenis converse acariciaba el tubo del que me sostenía. a punto de llegar a la estación zócalo se limpió las lágrimas, apenas con la punta del dedo medio y sin hacer grandes movimientos. nos bajamos juntos, él atrás de mí. la ansiedad crecía en mí, porque no podía irme sin saber qué jodidos le pasaba, porque algo de su dolor ya me apachurraba los pulmones. en seco me paré y voltee. sus pestañas húmedas chocaban con los gruesos vidrios de sus lentes, su cara pequeña brillaba de sudor y los labios delgados se apretaban contra los dientes. ¿te sientes mal? le pregunté acercándome a su oído y tocando su brazo, como signo de consuelo. ploc. un grito de dolor. se arrodilló, tomándose de mi tobillo... "me acabas de reventar el oído". lo ven, no era emo!