martes, septiembre 25, 2007

De regreso a la zona equivocada. Con las dudas haciendo fila. El asiento mal acomodado y las tarjetas telefónicas formando montoncitos en el armario vacío. Yo me fui una noche. Él se fue por varias. No regresé, ese amor nunca regresó a mí y entonces no había por qué volver.
Él quiso probarse que una falla no es más que el tropiezo necesario y entonces podríamos darle el paso a las parejas que son perfectas, pero que en el fondo se parecen a nosotros.
Y yo pude creerle, sólo que no quise.
Fue una cosa de quererlo más, muy a mi pesar. Amor dolor y todo lo que siempre se embarra en estos espacios se convirtió en cuchilla y chop chop, cortó mi cabeza.
Seguí 34 noches así, durmiendo con él, making fool of myself, soñando con mis abismos preferidos, llorando por los cristales que dejé, por la hierba que no creció más en mí, por cualquier tontería.
Estuve a dos milímetros de dejarme ir; entonces mejor me largué.
Y desde entonces no aparece en mis sueños ni en mi vida.
Hablamos por teléfono poco y con seriedad, hicimos la repartición del pan y el sofá y yo regresé a un cajón vacío con cuadros estúpidos de lugares que alguna vez funcionaron para el supuesto amor.
Así escribo últimamente, me cargo de tristeza, descargo mis lágrimas con vino blanco y mordisqueo eternamente un chocolate (regalo de nuestro primer aniversario, sí señores, el de papel!).
Me he quedado muchos muchos días en mi cuevita, rechazando invitaciones a comer y a coger, suspirando no por su amor ni su cuerpo ni nada de él, sino por la tranquilidad que me llenaba después de saber que en esa relación yo seguía inmaculada, sin errores, sin tropiezos, casi sin pecado original. Ahora ya nada de eso tiene valor, si hubo un error ya se pagó y el tema, el fucking tema, no me dejó ni carrera profesional de verduga ni de santa. Ahora sólo soy yo, en esta casa, con esta máquina y con un hombre nuevo que quiere entrar y yo no lo dejo, no no.