jueves, enero 19, 2006

antes de abrir los ojos, apenas saliendo de la historia que estaba filmando, sentí un dolor intenso en las manos. pude recordar gracias a una sensación corporal lo que en sueños había vivido:

la mujer se ha resbalado. su inmensa falda cubrió el cuerpo -esquelético y sin vida- al caer dejando sólo un dedo de fuera. era madre de cinco hijos, sin esposo, cuyo único valor era la casa en ruinas que habitaban a las afueras de la aldea. murió y había qué tomar una decisión sobre los niños. los que se creían responsables de su futuro enviaron a los tres varones y a las dos niñas a bleigh, un poblado a cuatro horas de londres en donde vivía la hermana de la occisa. a punto de abordar, heath quiere ir al baño, quiere irse a casa. una nube se extiende por la estación. cuatro ocupan sus lugares y uno a huido.
Veinte años después regreso a la aldea. fui la niña de dos años que subieron al tren sin explicaciones y crecí creyendo que mis hermanos -gemelos y con 6 años de más- y hellena, mi hermana mayor, eran mis únicos parientes.
así que estoy ahora caminando por calles empedradas que suben en espiral para concluir en la iglesia ortodoxa del siglo XIX... y a punto de llegar me encuentro con un rubio que vende castañas asadas. le he comprado una bolsita y él me ha invitado a su casa. salimos de la aldea, al siguiente movimiento ya estamos en su cocina y todo el piso se cubre de pasto y flores silvestres.

me muestras fotos de tu madre que es también la mía y nos besamos porque yo siento lástima por todos tus años de soledad y tú sientes rabia porque esos mismos años sabías que existíamos y nunca pudiste alcanzarnos. aquí no hay pecado, jueces, incesto. aquí somos hermanos y pareja por un día. la noche se estira, los fuegos artificiales rasgan el silencio y nosotros ya estamos en el ombligo de la aldea. te han envuelto una manta blanca en la cadera porque ya no puedes estar desnudo y veo que una adolescente con alas pegadas a su espalda se aproxima a tí. en su vientre tiene a tu hijo y yo me lleno de alegría. se acabó tu soledad y yo debo irme. otro pestañeo. nos despedimos, yo quiero ir por última vez a la casa de mi madre y tú me describes los senderos que me sacan de la aldea. suenan campanas, la gente quiere partir el pastel, me dices que la tradición pide a una mujer embarazada para este acto y tú debes estar junto a ella. sonrio y bajo los mil doscientos escalones desde la iglesia hasta el mercado y de allí camino dos cuadras. cierro los ojos.

heath me habla. nunca llegarás, te acompaño rápido. corremos por campos verdes, me dices que hay que trepar por una alambrada antes que esos cuatro hombres (que corren en la misma dirección pero salieron de un punto diametralmente opuesto). la reja está allí, pienso que lo lograré, avanzo lentamente, me agarro bien fuerte cuando subo. los hombres están drogados, quieren subir también y me amenazan con un cuchillo cebollero. heath se lo quita a uno y todos rien. estoy petrificada a la mitad de la muralla de metal. el más gordo se avienta contra heath, él mueve el cuchillo, la cabeza rueda por el campo. heath trepa la reja, las risas se acaban, los hombres nos persiguen. ya del otro lado me despido, debo tomar un taxi, se hace tarde, heath ya no está solo porque será papá...

el recuerdo-sueño se va con el agua de la ducha.